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El teatro español 1901-1950

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Mensaje  Admin Mar Feb 23, 2010 9:07 pm

EL TEATRO ESPAÑOL (1901-1950)J
osé Carlos Carrillo Martínez


A principios del siglo XX seguían triunfando las tendencias teatrales de finales del XIX. El teatro neorromántico de Echegaray y el teatro realista de Galdós tenían un gran apoyo popular y triunfaban por encima de las tendencias renovadoras de otros autores. El denominado teatro comercial contaba con la burguesía como público fiel y su finalidad era distraer sin más, es decir, los autores de este tipo de teatro no planteaban grandes conflictos morales en sus obras, sino argumentos más o menos amables dirigidos a la elegante clase media de principios de siglo. El público mostraba preferencia por el costumbrismo, representado por la alta comedia o por el sainete (madrileño o andaluz). Además, en esta época se desarrolla un teatro poético de tendencias evasivas cuyo argumento estaba completamente alejado de los problemas contemporáneos.
Frente a las tendencias mayoritarias en lo que concierne al gusto de los espectadores, surgió un tipo de teatro renovador y, por consiguiente, minoritario. Su objetivo era evitar la vulgaridad del teatro comercial. Autores como Azorín, Unamuno o Valle-Inclán se esforzaron por cambiar el panorama teatral español a través de argumentos simbólicos o conceptuales, cargados de elementos metafóricos. La influencia que estas nuevas tendencias ejercieron sobre el teatro fue casi inapreciable, ya que el público seguía prefiriendo el teatro de masas. Además de esto, los empresarios teatrales buscaban la rentabilidad económica inmediata gracias a las obras que seleccionaban, y es evidente que el teatro renovador de principios del siglo XX no atraía mucho público a las salas. Los espectadores estaban acostumbrados a los dramas de Echegaray y adolecían de la formación necesaria para entender las nuevas perspectivas teatrales.

El teatro realista
El éxito y la calidad de la novela realista del XIX fueron arrolladores, aunque no tuvo su reflejo en el teatro. Autores como Galdós o Dicenta se esforzaron por desarrollar un teatro preocupado y comprometido por los problemas contemporáneos y, en gran parte, lo consiguieron, pero no alcanzó en ningún caso la categoría de la novela realista. Esta tendencia teatral penetró en el siglo XX con fuerza y contó con el apoyo del público.

Joaquín Dicenta (1863-1917),
Preocupado por los enfrentamientos de clase de las últimas décadas del XIX, publica en 1895 su gran obra, Juan José. Frente a los elegantes decorados burgueses del teatro comercial, Dicenta sitúa su obra en una taberna frecuentada por albañiles. Además, plantea una disputa de celos y honor entreverada con la denuncia de la situación del proletariado de la época. La obra de Dicenta es el primer ejemplo de teatro social o comprometido de nuestra literatura, que se prolonga en sus siguientes obras: Daniel (1906), Lorenza (1907) y El crimen de ayer (1907).
Benito Pérez Galdós (1943-1920)
No alcanzó con su teatro la calidad de su novela, aunque desarrolló un teatro apreciable que continuaba las tendencias realistas del último tercio del XIX. Dedicó al teatro las tres últimas décadas de su vida, ya que, como él mismo afirmó, “el arte escénico propiamente dicho ha venido a encerrarse, en nuestra época (por extravíos o cansancios del público, y aún por razones sociales y económicas, que darían materia para un largo estudio) dentro de un módulo tan estrecho y pobre, que las obras capitales de los grandes dramáticos nos parecen novelas habladas”. Galdós estrenó veintiuna obras durante su vida. Comienza su producción con tres obras que desarrollan los mismos argumentos que algunas de sus novelas: Realidad (1892), La loca de la casa (1893) y Gerona (1893). El 30 de enero de 1901 estrena una de sus obras principales, Electra, en la que la protagonista se debate entre el amor de Máximo y el fanatismo de Pantoja, que quiere recluirla en un convento. La lucha entre lo liberal y lo conservador se encuentra frecuentemente en la obra de Galdós. El abuelo (1904) es la mejor de sus transposiciones de una novela a una obra teatral. En 1914 estrena su tragicomedia Alceste y en 1915 Sor Simona, un drama sobre una religiosa. Póstumamente, en 1921, se estrenó Antón Caballero, comedia rehecha por los hermanos Álvarez Quintero. Galdós crea un nuevo teatro a través de la renovación de la estructura dramática, lo cual supone una novedad frente al teatro de masas de principios del siglo XX.
El teatro modernista
Frente al teatro realista de Dicenta o Galdós, se desarrolla un tipo de teatro con tendencias evasivas que huye de la realidad. Las características de los autores que forman este grupo no son homogéneas, aunque en todos hallamos la misma finalidad: el intento de renovación del teatro, así como su dignificación y elevación intelectual.
Miguel de Unamuno (1864-1936)
Líder de la Generación del 98, intenta crear un teatro intelectual basado en el desarrollo de ideas abstractas a través del diálogo, en el cual la acción es prácticamente inexistente. En realidad, algunas de sus obras teatrales no son más que versiones dialogadas de sus novelas y ensayos. Los decorados son sencillos, casi simplistas, y la acción se esquematiza a través de un lenguaje directo y claro. Además, en sus obras aparecen muy pocos personajes. Entre los títulos de Unamuno, cabe recordar Fedra (escrita en 1910, estrenada en 1918), El otro (escrita en 1926, estrenada en 1932), El hermano Juan (1929) y Medea (1933).

José Martínez Ruiz, Azorín (1873-1967)
En el mismo sentido que Unamuno, Azorín emprende su renovación teatral a través de la experimentación e innovación en cuanto a la forma, aunque ideológicamente se mantiene en posturas conservadoras. Azorín rompe con la realidad y apuesta decididamente por el surrealismo. Entre sus obras destacan Old Spain (1926), Brandy, mucho brandy (1927), la trilogía Lo invisible (1928) –formada por La arañita en el espejo, El segador y Doctor Death de tres a cinco– y su obra maestra Angelita (1930). Los temas principales de Azorín son el paso del tiempo, la muerte y la felicidad. Tanto Azorín como Unamuno obtuvieron un éxito bastante discreto con su teatro, posiblemente porque no fueron bien entendidos.

Ramón del Valle-Inclán (1866-1936)
Entre los autores encuadrados en el 98, además de los ya vistos, destaca especialmente el teatro de uno de los mejores dramaturgos –si no el mejor– de la literatura española del siglo XX: Valle-Inclán. La originalidad del teatro de Valle no tiene parangón en nuestra literatura y sus intentos de renovación dan como fruto el descubrimiento de nuevos caminos expresivos. El expresionismo de sus argumentos lo lleva al desarrollo del esperpento, profusamente representado por algunas de sus mejores obras. No es fácil la clasificación del teatro de Valle a causa de su variedad y complejidad. El crítico ÁNGEL BERENGUEL (1980, 239), a partir de la clasificación realizada por EMILIO GONZÁLEZ LÓPEZ (1967, 154-155), nos presenta los siguientes cinco grupos de la producción de Valle:
1. Farsa expresionista: Farsa y licencia de la reina castiza (1920).
2. Tragicomedia: Divinas palabras (1920).
3. Melodramas (Marionetas, para Valle-Inclán): La rosa de papel (1924) y La cabeza de Bautista (1924).
4. Autos para siluetas: Ligazón (1926) y Sacrilegio (1927).
5. Esperpentos: Luces de bohemia (1920), Los cuernos de don Friolera (1921), Las galas del difunto (1926), La hija del capitán (1927).
El primer grupo de farsas supone la aparición de lo grotesco en la obra de Valle, que olvida todo lo bello del mundo para introducirse en un ambiente degradado y viciado. Esta tendencia se agudiza con la tragicomedia Divinas palabras. El protagonista es Laureaniño el idiota, un enano hidrocéfalo explotado hasta la muerte por su madre y tíos. En esta obra lo feo, deforme y desagradable toma carta de naturaleza en la producción de Valle. La trilogía Comedias bárbaras (formada por Cara de plata, Romance de lobos y Águila de blasón) es equiparable al ambiente rural gallego que aparece en Divinas palabras. El tercer grupo está formado por los melodramas, dirigidos a la representación por medio de marionetas. El lenguaje es muy crudo y los argumentos se basan en sentimientos como la codicia, la lujuria y los celos. Los autos para siluetas son el paso previo a la gran creación de Valle: el esperpento. El propio autor nos da varias definiciones de esta técnica literaria:
El esperpento lo ha inventado Goya. Los héroes clásicos han ido a pasearse en el callejón del Gato. Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el esperpento... Las imágenes más bellas en un espejo cóncavo son absurdas.
(Luces de bohemia, escena XII.)
Las risas y las lágrimas nacen de la contemplación de las cosas parejas a nosotros mismos... Mi estética es la superación del dolor y la risa.
(Los cuernos de don Friolera, prólogo.)
Comenzaré por decirle a usted que creo que hay tres modos de ver el mundo artística o estéticamente: de rodillas, en pie o levantado en el aire... [Esta última] es mirar el mundo desde un plano superior y considerar a los personajes de la trama como seres inferiores al autor, con un punto de vista de ironía. Los dioses se convierten en personajes de sainete. Ésta es una manera muy española, manera de demiurgo, que no se cree en modo alguno hecho del mismo barro que sus muñecos. Quevedo tiene esa manera. Cervantes también... También es la manera de Goya. Y esta consideración es la que me ha movido a dar un cambio en mi literatura y a escribir los esperpentos, el género literario que yo bautizo con el nombre de esperpento.
(ABC, 7 de diciembre de 1928)
Por tanto, la técnica del esperpento consiste en deformar intencionadamente la realidad para mostrar de una manera más clara los aspectos más rechazables. El lenguaje se convierte en una mezcla de registros vulgares y de audaces metáforas. Luces de bohemia, dividida en quince escenas, supone la consolidación del esperpento. Narra la historia de Max Estrella, un poeta ciego que deambula durante veinticuatro horas por un Madrid injusto y mísero, cruel y violento. Acaba con la muerte del protagonista. Antes de morir, Max hace un recorrido a través de la vulgaridad y del dolor de las personas que le rodean, en un mundo antisocial caracterizado por la muerte.
Jacinto Grau (1877-1958)
Muy distinto al teatro de Valle es el que desarrolla Jacinto Grau. Triunfa en 1921 con su mejor obra, El señor de Pigmalión, denominada por el autor como farsa tragicómica. Obtuvo más éxito en el extranjero que en España. El teatro poético de Grau es de gran calidad.
Francisco Villaespesa (1877-1936)
En la misma línea encontramos a Villaespesa, cuyo teatro folklórico y lírico triunfa fundamentalmente con El alcázar de las perlas (1911), obra estrenada por la actriz María Guerrero. Otras obras de Villaespesa son el drama histórico Doña María de Padilla (1913) y Bolívar (1920).
Si Grau y Villaespesa suponen el inicio del teatro poético del siglo XX, los autores que llevaron más lejos esta tendencia teatral fueron los siguientes:
Eduardo Marquina (1879-1946),
Es autor de Las hijas del Cid (1908), obra en la que se basa en el gran héroe castellano. Los temas del teatro poético de Marquina suelen ser históricos y heroicos, como en Doña María la Brava (1909), En Flandes se ha puesto el sol (1910) y El Gran Capitán (1916).
Pedro Muñoz Seca (1891-1936)
Muñoz Seca es recordado fundamentalmente por su obra La venganza de don Mendo, estrenada el 20 de diciembre de 1918 en el teatro de la Comedia de Madrid. En esta obra la temática histórico-poética está repleta de elementos cómicos y humorísticos. Se trata de un teatro a caballo entre la evasión histórica del teatro poético modernista y el teatro cómico y costumbrista de, por ejemplo, los hermanos Álvarez Quintero.
José María Pemán (1898-1981)
Pemán aúna obra e ideología, es decir, utiliza su propia obra como elemento propagandístico de su ideología reaccionaria y antidemocrática. En El divino impaciente (1933) augura un futuro poco prometedor a la República, tema que continúa en Cuando las Cortes de Cádiz (1934) y Cisneros (1934).
El teatro poético poco a poco va desapareciendo a causa del cansancio que sentía el público ante tal cantidad de obras en verso, lo cual dificultaba su comprensión. Además, la tendencia evasiva de este tipo de obras se ve superada por la realidad del final del primer tercio del siglo XX y los terribles acontecimientos que se avecinaban.
El teatro de masas
Junto a las tendencias teatrales anteriores, en la primera mitad del siglo XX se desarrolla un tipo de teatro que atrae al público en masa a las salas de representación. Este tipo de teatro está dirigido principalmente a las clases sociales acomodadas, es decir, la alta burguesía, y se convierte en la principal actividad de ocio de este período.
Jacinto Benavente (1866-1954)
El autor que mejor representa esta tendencia es, sin duda alguna, Jacinto Benavente. Desde que en 1894 publica El nido ajeno, va ganándose a un tipo de público fiel a sus argumentos conservadores abiertos a la renovación. El sello de Benavente se convierte en inconfundible y su teatro es apreciado y valorado por encima de cualquier otro a causa de su finura y su habilidad técnica. Suele introducir una cierta crítica o ironía con el fin de denunciar, de una manera muy cordial, los vicios o aspectos negativos de su sociedad. Precisamente esa crítica se dirige a las clases sociales que lo siguen: la aristocracia y la alta burguesía, aunque el tono suele ser superficial y raramente moralizador. Con esto, Benavente consigue ser el principal dramaturgo de su época a la vez que critica al público que le sigue, aunque sin ofenderlo. La producción de Benavente es muy amplia –comprende 162 obras–, por lo que es necesario destacar sólo aquellas más destacadas: con La noche del sábado (1903) extiende su crítica a toda la aristocracia europea para concluir que la hipocresía de las clases privilegiadas no es algo propio sólo de España. En 1907 publica su obra más conocida, Los intereses creados. El argumento no está situado ni temporal ni espacialmente y recuerda al teatro clásico español. Dentro de una ambientación rural se sitúan dos de las obras principales de Benavente: Señora ama (1908) y La malquerida (1913), en las que continúa con la crítica social enmarcada, en este caso, en un pueblo. Por último, destacaremos La ciudad alegre y confiada (1916), continuación de Los intereses creados, aunque más agresiva y polémica. La actitud conservadora que se trasluce en todas las obras de Benavente se aclara con ocasión de la Primera Guerra Mundial, ya que nuestro autor se une al bando germanófilo, con lo que se aparta de la ideología de los intelectuales más importantes de su época. Posteriormente, tras la Guerra Civil Española, Benavente se declara partidario de las tropas del general Franco, como demuestra su oportunista visión de la guerra en Aves y pájaros (1940). El teatro de Benavente ha sido tildado de acomodaticio, puesto que ofrece al público lo que éste solicita, además de que se aparta de la realidad social española de su momento para convertirse en trivial y algo frío.
Los hermanos Machado
Escribieron siete obras en colaboración entre 1926 y 1932. De ellas, cinco en verso: Desdichas de la fortuna (1926), Juan de Mañara (1927), Las adelfas (1929), La Lola se va a los puertos (1929) y La prima Fernanda (1931); una en prosa y verso: La duquesa de Benamejí (1932); y una en prosa: El hombre que murió en la guerra (estrenada en 1941). Se trata de un teatro popular muy del gusto de la época, aunque hoy en día ha perdido gran parte de su valor y podemos afirmar que no contribuyó a la renovación del teatro español ni al prestigio de sus autores. La acción es escasa, y frecuentemente se ve sustituida por la narración que hacen los personajes de lo que ocurre.
Alejandro Casona (1903-1965)
Pone en escena un teatro más renovador que los autores anteriores. Aun sin arriesgar demasiado, la técnica teatral de Casona, más audaz y menos simplista que la de otros autores, se vio respaldada por el éxito que obtuvo. En 1933 gana el premio Lope de Vega con La sirena varada (estrenada en 1934), una de sus obras más destacadas. Otra vez el diablo (1935) fue un éxito rotundo y consagró a su autor en la escena española. En 1936, con Nuestra Natacha, denuncia los abusos que se producían en los reformatorios de la época. La Guerra Civil comienza ese mismo año y Casona, republicano, se ve obligado a exiliarse a Argentina, donde sigue escribiendo con gran éxito: Prohibido suicidarse en primavera (1937), La dama de alba (1944), La barca sin pescador (1945) y Los árboles mueren de pie (1949).
Enrique Jardiel Poncela (1901-1952)
Contribuye a elevar la calidad del teatro cómico desde finales de los años veinte. Títulos como Una noche de primavera sin sueño (1927), Margarita, Armando y su padre (1932), Usted tiene ojos de mujer fatal (1932) y Cuatro corazones con freno y marcha atrás (1936) lo convierten posiblemente en el principal autor teatral de la época, junto a Benavente, de manera que consigue representar de manera regular y atraer a las salas teatrales a todo tipo de público. Su teatro gira en torno a la comedia burguesa poética, con elementos costumbristas y experimentales. Persigue la diversión y, en sus obras, todo está dirigido a esta finalidad. La comedia más recordada de Jardiel es Eloísa está debajo de un almendro (1940), donde el autor combina el diálogo realista con la acción disparatada. Jardiel Poncela hace largas acotaciones para describir los escenarios de cada acción, lo cual demuestra el interés técnico del autor.
Jardiel Poncela continúa triunfando en los escenarios tras la Guerra Civil.
En esta primera mitad del siglo XX se desarrolla un nuevo género teatral heredero de las tramas musicales de la zarzuela o género chico: el sainete, originalmente en un solo acto de carácter jocoso. Poco a poco, en el último tercio del siglo XIX, las obras de zarzuela fueron perdiendo la parte musical y, en ellas, la acción de los personajes fue ganando importancia. Autores como los hermanos Álvarez Quintero o Carlos Arniches contribuyeron a esta modificación y al éxito de un teatro cómico, popular y desenfadado.
Serafín (1871-1938) y Joaquín Álvarez Quintero (1873-1944)
Los hermanos Álvarez Quintero, sevillanos, son los principales representantes del costumbrismo teatral andaluz. Sus obras están llenas de tópicos: el andaluz es alegre y gracioso, no tiene problemas y va superando mejor que peor los problemas que se le ponen por delante. Los ambientes suelen ser amables, desenfadados, y los argumentos sencillos y basados principalmente en el enredo. El teatro de los hermanos Álvarez Quintero ha recibido numerosas críticas por olvidarse de la trágica realidad andaluza de los primeros años del siglo XX: atraso cultural y económico, pobreza, marginación... y por presentar una sociedad andaluza idealizada, perfecta. Otro factor polémico es el lenguaje de los personajes. Éstos aúnan todos los rasgos típicos de las diferentes hablas andaluzas y es difícil reconocer a qué variedad concreta pertenece su habla. Este hecho ha contribuido a la mofa que, aún hoy, se produce cuando un andaluz habla en público, puesto que los espectadores que asistían a las representaciones de las obras de los Álvarez Quintero encontraban muy cómica la manera de hablar de los personajes, lo cual era una de las finalidades de los propios autores. De las más de 200 obras que escribieron, citaremos sólo las más destacadas: El patio (1901), Las flores (1901), Amores y amoríos (1912), Malvaloca (1912).
Carlos Arniches (1866-1943)
Comienza escribiendo libretos para zarzuelas y sainetes musicales, como El Santo de la Isidra (1898), aunque poco a poco deriva hacia la creación de sainetes cómicos costumbristas al estilo de los hermanos Álvarez Quintero. Alicantino de nacimiento, se centra en el Madrid de principios de siglo y en sus tipos: el albañil, el sereno, el chulo, la moza o la vecina criticona. Además de imitar en sus obras el habla típica madrileña, crea expresiones que, más tarde, han pasado al pueblo. Aparte de los sainetes, Arniches cultiva la tragedia grotesca, fusión de lo dramático y lo caricaturesco. Estas obras siguen siendo cómicas, aunque ahora con un trasfondo serio o grave. Entre los sainetes destacan El amigo Melquíades y La cara de Dios. La principal de sus tragicomedias grotescas y una de sus obras más importantes es La señorita de Trevélez (1916), además de Es mi hombre (1921). Por último, Arniches también cultiva el costumbrismo levantino en Doloretes (1901) y el andaluz en Gazpacho andaluz (1902).
El teatro de los autores del 27
La poesía es el género más cultivado por los autores de la llamada Generación del 27, aunque no el único. Algunos de ellos se dedican también al teatro.
Federico García Lorca (1898-1936)
Lorca es, sin duda, el mejor representante de la tendencia teatral de esta Generación, además de uno de los principales autores teatrales de la historia de nuestra literatura. De hecho, si hubiera que destacar a un autor de la primera mitad del siglo XX, éste sería Lorca. Sus obras se siguen representando hoy en día con el mismo éxito que en los años treinta y los estudios sobre las obras teatrales lorquianas proliferan por todo el mundo. En sus obras, Lorca presta una especial atención al mundo femenino, así como a la frustración amorosa o el amor imposible. Las primeras obras de nuestro autor están escritas bajo la influencia de autores modernistas como Villaespesa o Marquina, de los cuales toma los siguientes elementos:

Distribuye el argumento en estampas, es decir, escenas consecutivas que muestran la evolución de los personajes.

Lorca detiene el desarrollo argumental para introducir elementos líricos y pequeños poemas.

El carácter popular de su obra se basa en la ambientación rural que comparten la mayoría de sus piezas teatrales.

La influencia del teatro clásico español es evidente en su obra. De él toma la fusión de la música, la representación, la danza, el arte, etc. Los autores que más influencia ejercen sobre Lorca son Tirso de Molina, Calderón de la Barca y Lope de Vega. Federico García Lorca funda la compañía teatral “La Barraca” en 1931. Formada por estudiantes universitarios, se propone dar a conocer el teatro clásico español en ciudades y pueblos que, habitualmente, no tienen acceso a este tipo de espectáculo. El propio Lorca actúa en algunas de las obras que representan. Esta actividad le hace asimilar e interiorizar las técnicas teatrales de los grandes autores clásicos.
Comienza su obra teatral con El maleficio de la mariposa (1920), obra que supuso un gran fracaso: una mariposa cae en un nido de cucarachas, donde un cucaracho se enamora de ella. Cuando se repone, la mariposa huye y el cucaracho queda triste y solo.
Lorca escribe varias farsas dirigidas a la representación con marionetas o guiñoles: Los títeres de Cachiporra (Tragicomedia de Don Cristóbal y la Señá Rosita) (escrita en 1923, estrenada en 1937) supone la unión del teatro popular y del teatro poético. Retablillo de Don Cristóbal (1931) se estrenó en 1934 en Buenos Aires, ciudad en la que Lorca gozaba de gran fama, fundamentalmente por su teatro. En 1929 escribió El amor de Don Perlimplín con Belisa en su jardín, obra en la que narra el amor imposible entre un viejo y una joven. El mismo tema constituye el argumento de la mejor de las farsas de Lorca: La zapatera prodigiosa (1930).
Por otra parte, Lorca escribió dos obras denominadas difíciles, a causa de la técnica surrealista que el autor utiliza en su desarrollo estructural y argumental: Así que pasen cinco años (1931) y El público (1933). El autor huye de la realidad a través del subconsciente.
Dos obras teatrales han sido calificadas como piezas granadinas, ya que se desarrollan en la tierra natal del autor. Mariana Pineda (1923, estrenada en 1927) representa el drama de la heroína granadina que murió ajusticiada un siglo antes por bordar una bandera liberal. Esta obra tiene elementos propios del Modernismo e, incluso, del teatro romántico del XIX. Doña Rosita la soltera (1935) es la tragedia de la frustración por el paso del tiempo. Doña Rosita se consume esperando el amor, que nunca llega. La obra se estructura en torno a momentos distintos, enmarcados en cada uno de los tres actos: el decorado cambia, las circunstancias históricas también, pero Doña Rosita continúa inalterablemente llevando la misma vida.
Las grandes obras de Lorca son sus tres tragedias rurales, centradas en el mundo femenino. Como dijimos más arriba, la frustración es el hilo conductor de cada una de ellas. Se centran en un mundo rural apegado a las supersticiones, las costumbres ancestrales, las faenas de la tierra y la preocupación por el qué dirán. Bodas de sangre (1933) narra el amor imposible por causas sociales. Yerma (1934) se centra en la frustración por la maternidad insatisfecha de la protagonista. En 1936, muy poco antes de morir asesinado, Lorca publica su gran obra maestra: La casa de Bernarda Alba. Inspirada en un suceso real (al igual que Bodas de sangre), retoma el conflicto entre la autoridad –representada por la madre: Bernarda Alba– y el ansia de libertad –representada por sus cinco hijas–. Toda la obra se desarrolla en un espacio cerrado y único: la casa familiar, que, simbólicamente, es la cárcel en la que viven las hijas de Bernarda. El código moral impuesto por la madre es la ley por la que se rige toda la familia. Ese código se basa en lo que está bien y en lo que está mal, por encima de la piedad o el amor. El conflicto se desencadena por el amor a Pepe el Romano, un personaje que no aparece físicamente en ningún momento en escena, aunque está presente durante todo el tiempo a causa de las continuas alusiones que hacen las hijas a él: se trata de una obra de mujeres, en la que el elemento masculino siempre está in absentia. Ante esta situación de insatisfacción, Adela, la hija menor, no encuentra otra solución que el suicidio.
Rafael Alberti (1902-1999)
Alberti también dedica una parte de su obra al teatro. Su obra más importante es El adefesio (1944), con elementos esperpénticos al estilo de Valle-Inclán. Surrealista es su obra El hombre deshabitado (1930), tragedia de la creación, vida y tentación del hombre condenado a muerte. Ya en la segunda mitad del XX, Alberti escribe Noche de guerra en el Museo del Prado (1956), obra de tema político escrita con ocasión de la Guerra Civil Española (1936-1939).
Miguel Hernández (1910-1942)
Autor cercano a los del 27, posee una obra dramática bastante apreciable, aunque bastante breve. Compone tres obras en verso con influencias de los autos sacramentales de Calderón: Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras (1933), El labrador de más aire (1937) y Pastor de la muerte (1937). Además, hemos de destacar la serie de obras cortas en prosa denominadas Teatro de guerra (1937), que consta de La cola, El hombrecito, El refugiado y Los sentados. Estas obras están escritas con una clara finalidad política y son en sí mismas portadoras de la ideología republicana del autor.

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